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Con ocho años de trayectoria, la Farmacia Universitaria de la Universidad Autónoma de Querétaro (FarmaUAQ) se ha consolidado como un referente en la atención farmacéutica y el compromiso social de la institución. Desde su creación, este proyecto de la Facultad de Química (FQ) ha tenido como objetivo principal ofrecer productos accesibles y de calidad, promoviendo el bienestar de la comunidad universitaria y de la sociedad queretana.
Durante su octavo aniversario, autoridades universitarias celebraron el crecimiento sostenido de este espacio que, en el último año, brindó atención a más de 10 mil personas, consolidándose como uno de los programas con mayor impacto social de la UAQ. Además, en este marco, se anunció la apertura de una nueva unidad fuera del Centro Universitario, lo que permitirá ampliar su cobertura y fortalecer la presencia institucional en beneficio de la población.

En la ceremonia, la rectora Dra. Silvia Amaya Llano destacó la relevancia de este proyecto, al que definió como “una iniciativa que nació como un sueño y hoy se ha materializado gracias a la dedicación de un equipo comprometido con la salud y el servicio público”. Subrayó que FarmaUAQ representa el espíritu universitario de innovación, responsabilidad y atención a la comunidad, pilares que caracterizan a la UAQ.
Asimismo, la Dra. Amaya reconoció la labor de quienes han impulsado el desarrollo de la farmacia desde sus inicios, como el Dr. Gustavo Gregorio Guerrero y el actual coordinador, Lic. Andrés Vilchis Álvarez, quienes —junto con un equipo de docentes, estudiantes y egresados— han sostenido una labor constante que enorgullece tanto a la Facultad de Química como a toda la Universidad. “El trabajo que aquí se realiza demuestra que la ciencia y el servicio pueden caminar juntos; es un ejemplo de cómo los proyectos universitarios pueden incidir positivamente en la sociedad”, puntualizó.
Por su parte, el director de la FQ, Dr. José Santos Cruz, acompañado por el secretario Académico, Mtro. David Gustavo García Gutiérrez, anunció que la nueva unidad de FarmaUAQ representa un paso estratégico para fortalecer el emprendimiento universitario y la vinculación con la comunidad. “Gracias al respaldo de Rectoría y al éxito alcanzado durante estos años, se están generando las condiciones para expandir este modelo más allá del campus, llevando los beneficios de la farmacia universitaria a más personas”, comentó.
FarmaUAQ no solo ofrece medicamentos genéricos y de patente, sino también productos elaborados por la propia Universidad, resultado de la investigación y el trabajo académico de la Facultad de Química. Actualmente, cuenta con más de 20 artículos en su línea institucional, entre los que destacan el agua reina, el agua de rosas, el alcohol glicerolado, la glicerina compuesta y el repelente de mosquitos. Además, brinda consultas médicas gratuitas y productos de higiene personal, consolidando un modelo integral de atención que une la práctica profesional con el compromiso social.
En el último año, la farmacia atendió a 8 mil 258 clientes y a 2 mil 123 pacientes, cifras que reflejan la confianza de la ciudadanía en los servicios universitarios. Con estos resultados, FarmaUAQ reafirma su vocación de servicio y su compromiso con la salud pública, al tiempo que impulsa la participación de la comunidad estudiantil en proyectos de impacto real.
A lo largo de ocho años, este espacio se ha convertido en un símbolo del trabajo colaborativo entre academia, investigación y sociedad. Su expansión marca el inicio de una nueva etapa para la Universidad Autónoma de Querétaro, que continúa demostrando que el conocimiento aplicado puede transformar la vida cotidiana de las y los queretanos.
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El servicio social universitario representa una oportunidad única para aplicar el conocimiento académico al servicio de la sociedad, pero también para vivir experiencias transformadoras que fortalecen la sensibilidad y el compromiso social. Así lo demostraron los estudiantes que participaron en el proyecto “Manejo agroecológico de recursos”, llevado a cabo en Horno de Cal y la cabecera municipal de Tolimán, bajo la coordinación del Dr. Cristian Josué Mendoza Meneses, de la Facultad de Filosofía.
El equipo estuvo conformado por Carlos Andrés Vázquez García, de Medicina Veterinaria y Zootecnia; Diana Carolina Romero Ramírez y Juan Manuel Villagómez Zúñiga, de Biología; Gervasio Vázquez Martínez, de Producción Agropecuaria Sustentable; y las estudiantes de Gastronomía Jovana Estefanía Piñon Castañeda, María Isabel Torres Herrera y Tania Etzulyn García Saldaña. El objetivo principal del proyecto fue fomentar actividades agroecológicas dentro de la comunidad para aprovechar de manera sustentable los recursos naturales de la zona, mediante el uso de ecotecnias, bioinsumos y procesamiento de alimentos que también representaran una fuente de ingreso para las familias.

Aunque provenían de distintas licenciaturas, las y los estudiantes coincidieron en un mismo propósito: aprender haciendo y compartir sus conocimientos con la comunidad. Para Tania, el proyecto fue una sorpresa agradable. “No tenía ni idea de que podía liberar mi servicio social de esta manera. Todo surgió como una invitación de la chef Karen, y desde que lo supe me interesó porque me gusta mucho ayudar y compartir lo que he aprendido”, contó.
Durante su estancia, el grupo impartió talleres para niñas y niños sobre ecotecnias y cuidado del entorno, además de capacitaciones culinarias para mujeres de la comunidad. “Las actividades iban desde el cuidado del agua y los recursos que tienen a su alrededor hasta reconocer la riqueza de su propio entorno”, explicó María Isabel. “Muchas veces los niños no saben lo que tienen, así que parte de nuestro trabajo fue recordarles el valor de sus recursos y enseñarles a aprovecharlos sin dañarlos”.
En los primeros días, solo asistieron dos niños a las actividades, pero poco a poco la confianza y la curiosidad fueron creciendo hasta alcanzar un grupo de catorce participantes. Paralelamente, las mujeres de la comunidad asistieron a talleres de cocina tradicional y preparación de alimentos, en los que aprendieron recetas con ingredientes locales, como crema de nopal, mermeladas y salsa bolognesa, además de compartir sus propios saberes culinarios. “Fue muy bonito porque había un intercambio real; ellas también nos enseñaban”, recordó Jovana.
La convivencia con la comunidad de Horno de Cal se convirtió en el eje más valioso del aprendizaje. Gervasio destacó la calidez con la que fueron recibidos: “Desde el primer día, las mamás y abuelitas nos acogieron con mucho cariño. Nos hacían sentir parte de la comunidad”. Juan Manuel, por su parte, subrayó el valor del trabajo en equipo: “Llegué sin conocer a nadie, y al principio me intimidaba la idea de convivir con seis personas desconocidas, pero terminamos siendo un grupo unido. A pesar de los desafíos, logramos sacar adelante el proyecto y fue un éxito”.
Además del trabajo práctico, las y los universitarios reflexionaron sobre las realidades sociales y educativas de la región. “Las personas valoraban mucho que estuviéramos ahí”, comentó Isabel. “Nos decían que era un honor tenernos porque muchos no tienen la oportunidad de estudiar una carrera. Eso me hizo pensar en lo importante que es aprovechar las oportunidades que tenemos”.
En el plano humano, la experiencia dejó huella. “Aprendí más de lo que fui a enseñar”, confesó Gervasio. “Nos ayuda a tener más tacto con las personas y a entender que todos enfrentamos dificultades, pero también hay mucha gente dispuesta a ayudarnos”.

Para Tania, el servicio social en comunidad no solo fue una forma de cumplir con un requisito universitario, sino una experiencia transformadora. “Es una vivencia muy bonita. Aunque uno va a impartir conocimientos, también va a aprender. Hay mucha calidez humana, mucho intercambio y aprendizaje mutuo”, aseguró.
Finalmente, Jovana resumió el sentir del grupo: “Nos llevamos vínculos muy bonitos con la comunidad. Las personas fueron muy abiertas y siempre mostraron interés por aprender. Creo que todos regresamos diferentes”.
El proyecto “Manejo agroecológico de recursos” no solo permitió a las y los estudiantes poner en práctica sus conocimientos, sino que también los acercó a una realidad que pocas veces se vive desde el aula: la de la colaboración, la empatía y la construcción colectiva del conocimiento. En cada taller, en cada diálogo y en cada gesto de la comunidad, encontraron una lección que trasciende lo académico: el valor de aprender sirviendo.
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Cada 29 de septiembre se celebra el Día Nacional del Maíz, un alimento que ha sido pilar en la historia, la cultura y la economía de México desde tiempos prehispánicos. En este contexto, la Facultad de Química de la Universidad Autónoma de Querétaro llevó a cabo el 4º Simposio Internacional del Maíz, un espacio dedicado a la investigación, innovación y revalorización de este grano que forma parte esencial de nuestra identidad nacional.
El evento fue coordinado por la Dra. Marcela Gaytán Martínez, profesora investigadora en química y funcionalidad en carbohidratos, y la Dra. Rosalía Reynoso Camacho, especialista en bioquímica y enfermedades metabólicas. Ambas académicas han consolidado este simposio desde 2021 con el propósito de fortalecer el conocimiento científico y cultural en torno al maíz nativo, promoviendo su aprovechamiento integral desde el campo hasta los productos de valor agregado.
“No es cualquier maíz —señala la Dra. Gaytán—. Trabajamos con maíces nativos que no tienen un mercado muy grande y que, por lo tanto, los agricultores no pueden comercializar fácilmente. Sin embargo, estos granos poseen características físicas y químicas muy interesantes para desarrollar productos con sabores tradicionales y beneficios para la salud”.
Este año, el encuentro contó con la participación de las facultades de Química, Ingeniería y Filosofía, además de los Campus Amealco y Concá, donde se desarrolla un trabajo directo con comunidades agrícolas. También se sumaron instituciones externas como la IBERO y el Tecnológico de Monterrey, fortaleciendo la colaboración interinstitucional.

La Dra. Reynoso destacó la importancia de integrar esfuerzos académicos con la producción en campo: “Queremos rescatar los maíces criollos, buscar alternativas viables y brindar apoyo a los agricultores. A pesar de sus bajos rendimientos y precios, siguen cultivándolos en zonas rurales. Nuestro objetivo es ofrecerles nuevas oportunidades económicas, impulsando productos innovadores y gourmet que valoren la riqueza de estos granos pigmentados”.
Durante el simposio se realizaron dos concursos: uno enfocado en la creación gastronómica y otro en el aprovechamiento integral de la milpa. En el área culinaria, los participantes presentaron desde platillos tradicionales hasta propuestas contemporáneas como gomitas de maíz, salsa macha, totopos artesanales, tamales veganos y botanas de alto valor nutricional. Mientras que, en el área de innovación, se exploraron aplicaciones sustentables y científicas del grano, como platos y vasos biodegradables elaborados con hojas de elote, y
proyectos de electrohilado con almidón de maíz para encapsular vitaminas y compuestos fenólicos.
El grupo de investigación también ha desarrollado una línea enfocada en productos de panificación sin gluten, una alternativa para personas con intolerancias alimentarias. “Hacer pan a base de maíz es un verdadero reto tecnológico —explica la Dra. Reynoso—. Pero los resultados son alentadores: panes coloridos con alto potencial antioxidante, que aportan beneficios para la salud cardiovascular, metabólica y cognitiva”.

Más allá de la ciencia, el simposio busca reconectar a las nuevas generaciones con su herencia alimentaria. La Dra. Gaytán recordó que México es el centro de origen del maíz, con 69 razas registradas, de las cuales 54 son nativas del país. “Como mexicanos, somos quienes sabemos procesar el maíz. Esa forma de prepararlo nos da los beneficios nutrimentales que se perdieron cuando el grano fue llevado a Europa. Recuperar nuestras tradiciones es también recuperar salud e identidad”.
Ambas investigadoras coincidieron en que la Universidad tiene un papel esencial al vincular la investigación con el impacto social. “Nos debemos a la sociedad —afirma la Dra. Reynoso—. Queremos que la ciencia contribuya al bienestar de las comunidades rurales, mejorando rendimientos, creando productos alternativos y generando valor económico y cultural”.
Para la próxima edición, el 5º Simposio Internacional del Maíz llevará como tema central “El maíz y la milpa”, integrando a cultivos tradicionales como el frijol, el chile y la calabaza. El objetivo será ampliar la participación de agricultores, estudiantes y chefs, fortaleciendo la vinculación entre el conocimiento científico, la gastronomía y el desarrollo sustentable. “Queremos que más jóvenes se involucren, que vean al maíz como parte de su identidad y de su futuro —concluye la Dra. Reynoso—. Este grano nos une como cultura, como ciencia y como universidad”.
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Un grupo interdisciplinario de estudiantes de la Universidad Autónoma de Querétaro llevó a cabo el proyecto “Fisioterapia al servicio de la salud comunitaria. Fortaleciendo los vínculos y el bienestar”, bajo la coordinación del LFT. Fernando Trejo Molina, de la Facultad de Enfermería. Esta iniciativa, desarrollada en la cabecera municipal de San Joaquín y sus comunidades colindantes (El Durazno, San Cristóbal, Planes y Apartadero), tuvo como objetivo generar un modelo integral de atención en fisioterapia que brindara técnicas y estrategias para fomentar el autocuidado y la conciencia sobre la salud entre la población.
El equipo estuvo conformado por Dayana Vargas Montes y José Octavio Mondragón García, de Arquitectura; María Lizbeth Campos Aguilar y Sarahí Escamilla Varela, de Fisioterapia; y Nubia Ximena Hernández Cárdenas, de Psicología. Cada integrante aportó desde su disciplina una visión distinta del bienestar, entendiendo que la salud comunitaria va más allá del cuerpo físico: implica la integración emocional, social y ambiental de las personas.
Para José Octavio Mondragón, estudiante de noveno semestre de Arquitectura, esta experiencia fue una oportunidad para salir de su zona de confort y descubrir el valor del trabajo comunitario. “Fue un salto de fe. No era el típico servicio que haces todo el semestre, era algo más compacto y completamente distinto a lo que estudiamos. Pero me permitió ampliar mi panorama y comprender otras formas de conocimiento”, comentó. Su participación consistió principalmente en evaluar a adultos mayores en coordinación con el DIF municipal y el Centro de Día, donde el equipo recopiló información sobre las condiciones físicas y psicológicas de esta población. En total, realizaron 84 evaluaciones, fortaleciendo así un registro comunitario de salud.

El Lic. Ricardo Pacheco Salinas, docente de la Licenciatura en Fisioterapia de la Facultad de Enfermería, acompañó al grupo durante la estancia. Explicó que el proyecto incluyó tres ejes de acción principales: atención directa en la Unidad Básica de Rehabilitación (UBR) de San Joaquín, visitas a comunidades para la valoración funcional, nutricional y cognitiva de personas mayores, y talleres de autocuidado impartidos en el Centro de Día, con temas como qué es la fisioterapia, cómo elaborar un kit de fisioterapia en casa o estrategias para prevenir caídas y mejorar el equilibrio. Estas actividades, además de atender una necesidad tangible, promovieron la autonomía y la prevención como pilares del bienestar.
Más allá de las tareas clínicas o de evaluación, el servicio social se convirtió en un espacio de convivencia, aprendizaje y reflexión personal. Las rutinas diarias incluían caminatas matutinas que ayudaban al equipo a liberar tensiones y a conectarse con el entorno natural. Por las tardes, tras las actividades en las comunidades, realizaban una retroalimentación grupal, en la que cada integrante compartía cómo se había sentido durante el día, qué retos enfrentó y qué aprendizajes obtuvo. “Teníamos una dinámica en la que calificábamos nuestro día con una palabra. Era una forma de visualizar cómo íbamos evolucionando durante nuestra estancia y de apoyarnos entre todos”, explicó Octavio.
El trabajo con adultos mayores dejó huellas profundas en el grupo. “Fue impactante, porque ves el dolor de una persona que necesita ayuda y simplemente actúas”, recordó Octavio. “Aprendes a valorar el tiempo y la atención que puedes brindar, aunque sea de manera temporal”. Estas experiencias, sumadas al contacto directo con la realidad social de la región, transformaron su manera de entender el sentido del servicio y la empatía.
El profesor Pacheco destacó la creatividad, organización y compromiso de los estudiantes, quienes demostraron una notable capacidad de adaptación. “Este tipo de experiencias son las que consolidan la formación integral que busca la universidad. Lo que se aprende en el aula se complementa con lo que se vive en campo: comprender las condiciones de vida, las carencias y la resiliencia de las personas te transforma como profesional y como ser humano”, afirmó.
Para los jóvenes participantes, esta vivencia significó un cambio de perspectiva y una oportunidad de crecimiento. “Sales de tu rutina, enfrentas nuevas condiciones y entiendes que estás ahí para aportar algo significativo”, dijo Octavio. “Aprendes a escuchar, a empatizar y a valorar la conexión humana”.
Este proyecto se convirtió en un ejemplo del compromiso social de la UAQ. A través del trabajo colaborativo, la sensibilidad y la vocación de servicio, los estudiantes lograron fortalecer los lazos entre universidad y sociedad, demostrando que el aprendizaje más valioso ocurre cuando el conocimiento se pone al servicio de los demás.