El servicio social es, para los universitarios, un puente entre la formación académica y la vida comunitaria. No se trata únicamente de cumplir con un requisito administrativo, sino de encontrarse con realidades diversas que desafían la mirada, el pensamiento y el corazón. Así ocurrió con el grupo de estudiantes que participaron en el proyecto “Miradas: reflejo y expresión AlegArte” en la localidad de Higuerillas, Cadereyta, bajo la coordinación de la Mtra. Tanya González de la Facultad de Psicología y Educación.
El objetivo del proyecto fue contribuir a la salud mental comunitaria a través de talleres de danza terapéutica con un enfoque psicosocial, de derechos humanos y género. En este espacio, el arte se convirtió en vehículo para la expresión, la convivencia y la reflexión colectiva. Las y los estudiantes que integraron el equipo fueron Cindy Marlen Álvarez Soto, Diego Alejandro Barajas Pérez, Jafett Santiago Becerra Trejo y Karla Zarraga Aguirre de Psicología Social; Emilio Sánchez Bazán de Tecnología y Producción Musical y Valeria Alarcón Alcántara de Psicología del Trabajo. Cada uno, desde su formación y perspectiva, sumó elementos para que la experiencia resultara integral.
Al recordar qué los motivó a elegir un servicio social comunitario, los jóvenes coinciden en que se trató de una mezcla de curiosidad, compromiso y oportunidad formativa. Diego Alejandro explicó que, para él, no se trataba únicamente de liberar un requisito, sino de ampliar sus conocimientos en un ejercicio directamente vinculado a su carrera. Por su parte, Valeria señaló que escuchar las experiencias de compañeros que ya habían participado y la cercanía de la Dirección de Vinculación de la UAQ fueron determinantes para sumarse. Lo que comenzó como una decisión académica se convirtió pronto en una vivencia profundamente significativa.
El trabajo se centró en impartir talleres de danza terapia a distintos grupos de la comunidad: niñas y niños, jóvenes y personas mayores. En cada sesión se abordaron temas relacionados con tradiciones, inquietudes, formas de vida y aspiraciones. Lejos de llevar un esquema rígido, los estudiantes escucharon lo que los participantes querían compartir y, a partir de ahí, diseñaron dinámicas que respondieran a sus intereses. Esta apertura permitió que los vínculos se fortalecieran y que las sesiones se vivieran con entusiasmo. La participación fue activa: entre veinte y veinticinco adultos mayores, alrededor de quince niños y un grupo cercano a diez jóvenes se involucraron en las actividades. Aunque en un inicio la comunidad miraba con curiosidad a los foráneos, pronto la desconfianza se transformó en cercanía y confianza.
Entre los momentos que más marcaron a los estudiantes destaca la primera visita al grupo conocido como “los abuelitos”, un conjunto de personas mayores que se reúnen habitualmente a realizar manualidades con materiales reciclados. Apenas presentarse, los universitarios fueron invitados a improvisar una actividad. La disposición y energía con que los adultos participaron, entre risas y movimiento, dejó en los estudiantes una impresión imborrable. “Desde ese primer día sentimos que estábamos en el lugar correcto”, compartió Karla.
Uno de los principales retos fue la organización metodológica de los talleres en espacios reducidos, lo que exigía creatividad y flexibilidad. Sin embargo, con el paso de los días, la comunicación constante y la retroalimentación de los participantes, las dificultades se transformaron en aprendizajes. Lo que en un inicio parecía un obstáculo se convirtió en una oportunidad para mejorar la coordinación interna y ajustar las dinámicas al contexto.
La experiencia también permitió a los estudiantes confrontar sus propias ideas sobre la vida comunitaria y la realidad social del estado. Notaron que, a pesar de las problemáticas presentes, en Higuerillas se mantiene un ritmo de vida más pausado que en la ciudad, con mayor disposición a la convivencia y a la generosidad cotidiana. Los saludos en la calle, la amabilidad y la hospitalidad fueron contrastes que sorprendieron y que, en palabras de jafett, mostraron una forma distinta de relacionarse, muchas veces perdida en la vida urbana.
Los estudiantes coincidieron en que proyectos como “Miradas” representan también un aporte de la universidad a la sociedad. Ofrecer espacios de expresión y encuentro es una forma de responder a problemáticas sociales de manera creativa, sin pretender resolverlo todo, pero sí generando condiciones para la reflexión y el acompañamiento. Valeria explicó que, más allá de intervenir en situaciones específicas, lo relevante fue abrir un espacio para que la comunidad pudiera expresarse, compartir y encontrar nuevas perspectivas.
Al finalizar, todos recomendaron a otros estudiantes elegir un servicio social de este tipo. No solo por la riqueza académica, sino por la posibilidad de encontrarse con realidades distintas, ampliar horizontes y generar lazos humanos. Santiago lo describió como “una experiencia que te permite conocer, reconocer y atender las necesidades de una comunidad, y que incluso abre la posibilidad de replicar estas intervenciones en otros lugares”.