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Algunos intereses se cultivan con la experiencia. Así ocurrió en la historia de la Mtra. Claudia Adriana Fuerte León, actual docente de italiano en la Facultad de Artes de la Universidad Autónoma de Querétaro, donde sus alumnos la conocen simplemente como la professoressa. Su camino en la UAQ comenzó desde la preparatoria y, sin imaginarlo, se transformó en un largo trayecto entre idiomas, aprendizajes y un interés profundo por la enseñanza. Fue a través de suplencias que descubrió la alegría de dar clase y el impacto que podía tener en sus estudiantes. Aunque empezó “al revés” —poniéndose frente a grupo antes de formarse como docente—, su entusiasmo y compromiso la llevaron a prepararse académicamente y consolidarse como una de las figuras más queridas y constantes de su facultad. Este 2025, esa entrega fue reconocida con el Premio Xahni, distinción que la UAQ otorga anualmente a docentes destacados y cuyo nombre, de origen otomí, significa “sabio” o “el que conoce”. La Mtra. Claudia fue la profesora galardonada por la Facultad de Artes, un reconocimiento a su labor, su historia universitaria y su compromiso con las nuevas generaciones.
La Mtra. Claudia Fuerte es orgullosamente universitaria desde la preparatoria. Inició sus estudios en la Preparatoria Sur y fue ahí donde comenzó a descubrir su gusto por los idiomas. Al no tener claro qué carrera estudiar, decidió tomar cursos de italiano e inglés que ofrecía la entonces Facultad de Lenguas y Letras en Centro Universitaria. Esa decisión, aparentemente casual, marcaría el rumbo de su vida profesional.
“Como fui de los pocos egresados de mi generación en ambos idiomas, me llamaban a veces para suplir a los profesores”, recuerda. Así comenzó a dar clases, sin tener aún formación pedagógica formal. Enseñaba como le habían enseñado a ella, y con ello descubrió la pasión por compartir conocimientos.
Posteriormente estudió la Licenciatura en Lenguas Modernas con especialidad en español para extranjeros, aunque su camino se consolidó en el italiano. Su trayectoria creció desde la práctica hasta la teoría, comenzando como suplente y formándose conforme la experiencia lo exigía. Años más tarde, realizaría una estancia en Italia, fortalecería sus habilidades como docente y se convertiría en una figura constante en el aula universitaria.
Fue precisamente durante esas primeras suplencias cuando descubrió su vocación: “Me dio mucho gusto que a los muchachos les gustara mi clase. Era muy jovencita y le daba clases incluso a gente mayor. Aun así, logré sacar adelante el grupo y eso me motivó a seguir”.
Más allá del conocimiento del idioma, la Mtra. Claudia ha encontrado en la enseñanza un espacio de crecimiento, acompañamiento y transformación. Con el paso del tiempo, su compromiso se ha fortalecido, gracias al apoyo de su familia y al ejemplo de uno de sus grandes mentores, el Dr. Jaime Magos Guerrero, a quien recuerda con especial afecto: “Siempre nos decía que no debíamos ser mediocres, que teníamos que estudiar y prepararnos para hacer nuestro trabajo de la mejor manera”.
Para ella, uno de los principales retos que enfrentan los docentes actualmente es la evolución de las generaciones. “Comparo a los estudiantes de los 2000 con los del 2025 y veo muchos cambios. Me llevan a actualizarme constantemente, a buscar nuevas estrategias y entender otras formas de enseñar”.
Desde el uso de plataformas digitales hasta la actualización cultural, la professoressa sabe que enseñar un idioma es también abrir una ventana a una cultura viva. Por eso procura mantenerse cercana a las nuevas formas de hablar, a la música contemporánea y a los contextos actuales que rodean a sus estudiantes.
Su labor como docente va mucho más allá de lo académico. “Procuro que los estudiantes sean responsables, que se respeten a sí mismos, que respeten a los demás. Muchos chicos llegan con problemáticas personales, con situaciones difíciles, y nuestra labor también es brindarles apoyo”, comenta. Como tutora, ha acompañado de cerca los procesos emocionales y personales de sus estudiantes, procurando siempre orientarlos hacia su bienestar.
Cuando recibió el aviso de que sería galardonada con el Premio Xahni 2025, la Mtra. Claudia se sorprendió gratamente. “Después de tantos años de experiencia y de mi carrera en la universidad, fue muy grato que llegara este reconocimiento. Me dio mucha alegría, porque significa que todo mi trabajo ha valido la pena y que lo hago con gusto”.
A quienes están comenzando su carrera académica o su formación profesional, les ofrece un consejo: no rendirse. “Siempre digo: échenle ganas, no se desanimen. Si no hacen lo que aman, no van a poder llegar a sus metas. Hagan lo que les gusta, viajen si pueden, conozcan otras culturas y no dejen de prepararse”.
Para sus colegas, su consejo es: mantenerse actualizados. “Un profe que no se mantiene actualizado no es que sea malo, pero si combina lo clásico con lo actual será mejor docente. Las generaciones avanzan y nosotros también debemos avanzar”.
La Mtra. Claudia concluye con agradecimiento: “Me siento muy contenta. Finalmente, todos los años de esfuerzo aquí están, y me da mucho gusto haber obtenido este premio”.
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Desde que era una niña, Maya Paola Almendarez sintió la llamada del escenario. Su primer acercamiento al ballet fue gracias a su abuela, quien la llevaba a clases de pre-ballet. Aquellas sesiones, aparentemente inocentes, marcaron el inicio de un camino que más tarde recorrería con profunda pasión y compromiso.
La danza, para Maya, fue más que una actividad extracurricular. A lo largo de su infancia y adolescencia, continuó su formación de manera informal, esperando con entusiasmo el momento de ingresar a una licenciatura en danza. Fue en esa etapa donde encontró una verdadera vocación, alimentada por el asombro que le provocaban las grandes figuras del ballet. “La música, la capacidad de los bailarines, eso fue lo que me inspiró”, recuerda.
Recientemente, Maya representó a la Universidad Autónoma de Querétaro y a México en una competencia internacional de ballet. Su preparación fue exigente y constante. Como ella misma lo describe, no se trataba solo de ensayar una coreografía, sino de construir una base sólida desde las clases diarias, cuidar la alimentación, descansar adecuadamente y mantener el cuerpo y la mente en armonía. Cada detalle era crucial para rendir al máximo.
Pero el camino no estuvo exento de obstáculos. El mayor reto, confiesa, no fue técnico ni artístico, sino económico. “Uno puede entrenar y esforzarse, pero también hay que resolver la parte de los boletos de avión, la estancia, la alimentación”, comenta. Sin embargo, su determinación y el respaldo de sus maestras hicieron posible el sueño.
El momento de pisar el escenario y representar a su país fue profundamente emotivo. “Me sentí muy contenta y plena. El representar a México, y que el mundo vea la presencia de nuestro país, es importante. Fuimos bien recibidos, incluso antes de que termináramos la coreografía ya nos estaban aplaudiendo”, comparte con orgullo.
La experiencia tuvo también un fuerte componente de crecimiento personal y colectivo. Para Maya, el proceso individual fue un reto inspirador: una oportunidad para superarse a sí misma. A nivel grupal, destaca la satisfacción de haber compartido ese proceso con sus compañeras, con quienes creó lazos aún más fuertes. Al terminar la presentación, la alegría fue compartida, y el esfuerzo de todas —incluidas las maestras— fue reconocido y celebrado.
Más allá de los resultados, Maya se lleva un aprendizaje claro: con disciplina, esfuerzo y metas claras, es posible lograr grandes cosas. “Nunca hay que dejar de tener anhelos. Aunque las metas sean pequeñas, siempre te impulsan a dar un paso más”, afirma. Hoy, con la energía renovada por esta vivencia, su siguiente paso es seguir entrenando, creciendo y preparándose, motivada por todo lo que observó y vivió en el escenario internacional.
Finalmente, Maya no olvida agradecer a quienes la guiaron: sus maestras. Su formación, su entrega y su fe en el talento de sus estudiantes fueron fundamentales para alcanzar este logro.
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Para Lucía Priscila Zavala, la danza no fue un camino evidente desde el inicio, pero sí uno que terminó transformándose en su gran pasión. Su formación comenzó desde la infancia con clases de folklore, pero no fue sino hasta los 15 años (una edad considerada tardía para el ballet) que descubrió en esta disciplina un amor profundo que la llevaría más lejos de lo que alguna vez imaginó.
Hoy, como integrante de la Compañía de Ballet Clásico "Fernando Jhones" de la Facultad de Artes de la Universidad Autónoma de Querétaro, Priscilla celebra con alegría una victoria internacional en la que no solo mostró su talento, sino que también rompió sus propios límites.
El proceso de preparación para la competencia fue exigente. A las sesiones de entrenamiento matutinas y vespertinas se sumaron retos logísticos: Priscilla no contaba con pasaporte, y conseguirlo a contrarreloj, junto con la gestión de vuelos y trámites, fue un reto que vivió con determinación.
Pero los verdaderos desafíos comenzaron al pisar un escenario en un país desconocido. “Lo más difícil fue estar fuera de mi zona de confort, no sabía qué esperar de lo que iba a suceder a mi alrededor”, confesó. Sin embargo, gracias al acompañamiento de su maestra, la Dra. Dunet, logró sentirse segura y confiada en lo artístico.
Para Priscila, la competencia fue una experiencia que rebasó sus expectativas. “Yo fui por la experiencia, porque siempre es importante conocer lo que sucede afuera; eso te ayuda a crecer como artista”, compartió. Sin centrarse en la idea de ganar, se dejó llevar por el proceso y se sorprendió cuando el grupo fue galardonado. “No pensé nunca que podría llegar a ir allá y poder competir. Estoy feliz, contenta y orgullosa de mí”.
La convivencia con sus compañeras fue otro punto clave. “Somos un equipo con una dinámica muy bonita. Si algo se le complicaba a una, la otra la ayudaba”, expresó con cariño, remarcando que ese ambiente colaborativo fue fundamental para alcanzar los objetivos en escena.
El mayor aprendizaje que se lleva de esta experiencia es que siempre hay espacio para crecer. “Estoy muy contenta con los resultados, pero sé que puedo hacerlo mejor. Ahora quiero más”, aseguró. Esta visión de constante superación refleja no solo su carácter como artista, sino también su compromiso con la danza.
Ya al cierre de la entrevista, conmovida, Priscila quiso expresar un agradecimiento especial. “Quiero darles las gracias a mis maestros por darme la oportunidad de estar aquí en la escuela. La primera vez que apliqué no me aceptaron, fue hasta la segunda vez. Yo soñaba con poder venir aquí porque sabía la calidad de maestros que tienen. Estoy muy agradecida con todos los que han formado parte de mi camino”.
Su testimonio es un reflejo de lo que significa luchar por un sueño: persistir, levantarse después de un ‘no’, prepararse con pasión y abrirse a la sorpresa del propio potencial.
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Con solo once años, Danxa Fernanda Perezcano Pi ha pisado escenarios que muchas bailarinas sueñan con conocer. Su historia comienza desde la cuna, literalmente. Desde que era apenas una bebé, Danxa observaba a su madre ensayar ballet. Aquella imagen dejó una huella profunda en ella. A los tres años, ya sabía que quería bailar, y comenzó su formación en la academia que fundaron su mamá y sus abuelos.
Lo que empezó como un juego de infancia pronto se convirtió en una vocación. Danxa se ha dedicado con entusiasmo y constancia al ballet, y en los últimos años tuvo la oportunidad de participar en dos competencias internacionales: una en Italia y otra en Barcelona. Aunque es todavía estudiante de primaria —pronto comenzará la secundaria—, su compromiso con la danza refleja una madurez admirable.
Para la más reciente competencia, Danxa se involucró desde el inicio. Escogió la música para su coreografía y trabajó intensamente en mejorar su técnica. “Me montaron una coreografía y ensayamos mucho”, cuenta. Su preparación fue meticulosa, pero también emocionante, porque sabía que representaría no solo a México, sino también a su academia, ya que fue la única alumna que pudo viajar.
Enfrentar un escenario internacional a su edad no fue fácil. Uno de los retos más grandes fue adaptarse al ambiente competitivo. “Era competitivo, pero después me adapté y sí lo logré”, comenta con una sinceridad desarmante. Y lo logró de verdad: cuando anunciaron que eran las ganadoras, la felicidad fue inmensa. Si bien tenía una corazonada —“un poquito sí lo esperaba, porque la vez pasada también ganamos”—, la emoción del triunfo fue única.
Más allá del reconocimiento, lo que Danxa se lleva de esta experiencia es una comprensión más profunda del arte que tanto ama: “La danza es una manera de comunicar y expresar lo que siento”. Para alguien de su edad, esa reflexión habla de una sensibilidad extraordinaria.
¿Y qué sigue para ella después de esta victoria? Su respuesta es: seguir echándole ganas. No necesita palabras complicadas para dejar claro que su pasión no tiene fecha de caducidad.
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En el marco del prestigioso Barcelona Dance International Competition, la Compañía de Ballet Clásico “Fernando Jhones” de la Universidad Autónoma de Querétaro brilló con luz propia, obteniendo los premios a Mejor Coreografía Étnica y Mejor Coreografía Neoclásica. Entre las integrantes del equipo se encuentra Blanca Estela Rocha Hernández.
Blanca no comenzó su formación de manera convencional. Aunque desde niña sintió un profundo amor por el ballet, despertado tras ver El Cascanueces, su camino fue interrumpido por una condición pre-epiléptica que le impidió consolidar su memoria corporal. A pesar de haber tenido varios intentos, no fue hasta los 34 años que decidió retomar formalmente la danza e ingresar a la carrera universitaria en la UAQ, donde encontró una segunda oportunidad y un espacio que valora el esfuerzo por encima de la edad o las limitaciones.
La preparación para la competencia en Barcelona no fue sencilla. Blanca destaca la disciplina como eje fundamental en su entrenamiento: respetar horarios, cuidar la alimentación, mantenerse físicamente activa y, sobre todo, comprometerse con cada ensayo. “Te diviertes un montón ensayando, descubres cosas que no conocías de ti misma”, afirma.
Aunque el proceso estuvo lleno de emociones, también hubo desafíos: desde la inseguridad sobre su memoria hasta los nervios previos al escenario. Sin embargo, al pisar el escenario en Barcelona, sintió que todo estaba en su lugar. “Cuando estás en el escenario eres otra persona… algo te dice que van a salir bien las cosas”, relata.
Representar a la Universidad Autónoma de Querétaro y a México en una competencia de talla mundial fue una experiencia profundamente significativa para ella. “En otros países la cultura es lo máximo. Ganar un premio siendo mexicana, fuera de México, es algo que quería desde chiquita”, comparte con emoción.
Blanca regresó de Barcelona con un objetivo más claro: seguir entrenando, profesionalizarse como bailarina, y buscar maneras de promover la danza clásica en un país donde, si bien la danza folclórica es muy valorada, el ballet aún necesita más visibilidad. Reconoce que incluso en Europa, cuna del ballet clásico, este ha comenzado a diluirse, lo que refuerza su deseo de rescatar su esencia y fortalecer su presencia en México.
Motivada por la experiencia, sueña con formar un grupo, promover la danza desde plataformas digitales y continuar abriendo espacios para otros, sin importar su edad o circunstancias. “A todas las personas, que por más difícil que sea o por la edad que tengan, pueden hacer lo que más les gusta. Eso siempre te va a abrir muchas cosas”, concluye.