En el amplio mundo de la docencia universitaria, hay quienes enseñan por vocación, quienes lo hacen por convicción y quienes, como el profe Ramón, lo hacen por ambas razones. Su nombre completo es Ángel Ramón Flores Sosa, y es profesor en la Facultad de Química de la Universidad Autónoma de Querétaro. Pero para sus estudiantes, simplemente es “el profe Ramón”, un nombre que refleja cercanía, respeto y una forma muy particular de estar presente en el aula: con paciencia, claridad y un genuino interés por quienes tiene enfrente.

Aunque la pedagogía no fue su primer camino académico, la enseñanza lo ha acompañado desde siempre. Hijo de docentes, creció en un ambiente donde la educación era parte del día a día. “Mis papás son maestros, y desde siempre me decían que yo también podría serlo. Pero no me veía en una Escuela Normal; yo quería estudiar algo relacionado con química o ingeniería”, recuerda con una sonrisa. Sin embargo, el gusto por enseñar emergió de manera natural: en la secundaria y en la preparatoria sus compañeros recurrían a él para que explicara los temas difíciles. Ya en la universidad, comenzó a dar clases particulares de matemáticas y química, y ahí se dio cuenta que le gustaba enseñar, pero sobre esas materias.

Actualmente imparte materias como química orgánica, química general y laboratorios básicos, además de una optativa especializada llamada “Tecnologías emergentes para la conservación de alimentos”. Pero más allá de los contenidos, lo que realmente guía su práctica docente es una profunda conciencia de lo que puede representar una sola clase, una sola conversación, un solo gesto.

En el doctorado, mientras apoyaba a una compañera de maestría con sus experimentos, no sabía que estaba siendo una pieza clave para que ella pudiera continuar. “Tiempo después me dijo que había estado a punto de darse de baja y que la ayuda que yo le brindé fue fundamental para que terminara. Ahí me di cuenta del impacto que pueden tener nuestras acciones, incluso sin saberlo. Desde entonces, cada vez que doy clases, recuerdo que tal vez ese día, esa clase, puede tener un gran impacto en la vida de alguien”.

Esa empatía es uno de los rasgos que más valoran sus estudiantes. El profe Ramón es de esos docentes que no solo explican, sino que acompañan. Que entienden que detrás de cada alumno hay una historia, y que la universidad, además de formar profesionistas, es un espacio donde se construyen vidas. “Es imposible saber todo lo que están viviendo los estudiantes, pero eso no impide que uno pueda ser útil más allá de lo académico”, dice con convicción.

Inspirado por figuras como la Dra. Elia Nora Aquiño Bolaños, su directora de tesis de licenciatura y maestría en la Universidad Veracruzana, y el Dr. Edmundo Mercado, quien lo acompañó durante el doctorado en la UAQ, el profe Ramón mantiene una meta muy clara: ser, al menos, tan bueno como ellos, con la misma humildad y el mismo entusiasmo por enseñar e investigar. “Ellos me enseñaron que no importa cuánta experiencia tengas, nunca dejas de aprender ni de comprometerte con los demás”, afirma.

En un entorno cada vez más cambiante, reconoce que uno de los mayores retos para los docentes es adaptarse a las nuevas realidades del estudiantado. “Cuando yo era estudiante, no se hablaba tanto de salud emocional o mental, y ahora son temas que debemos tomar en cuenta. Las formas de enseñar y de relacionarnos han cambiado. Hay que tratar con respeto estas nuevas dinámicas y estar dispuestos a aprender también como profesores”.

Tal vez por eso, recibir el Reconocimiento Xahni en 2025 fue un momento especialmente significativo para él. Este premio lo tomó por sorpresa. “No trabajo para recibir premios, mi reconocimiento es cuando un exalumno me dice ‘gracias, profesor, lo que me enseñó me sirvió’. Pero cuando me dieron el Xahni fue muy bonito, saber que los grupos me evaluaran bien, que me felicitaran en los pasillos, que me abrazaran. Fue una experiencia muy grata”.

Más allá del aula, el profe Ramón también trata de transmitir algo más profundo: valores que se viven, no que se imponen. “Creo que lo importante es predicar con el ejemplo. Compartir el conocimiento con paciencia, sabiendo que no todos lo van a entender a la primera, pero sí pueden aprender si uno está ahí para guiar. Y si ellos pueden ayudar a alguien más, o mejorar el momento de otra persona, también les toca hacerlo”.

A las nuevas generaciones de estudiantes, les deja un mensaje claro y firme: que trabajen y se esfuercen por sus objetivos. “A veces se piensa que ya no es necesario estudiar, que hay otras formas de alcanzar el éxito. Pero el esfuerzo y el trabajo sí tienen recompensa. Que tengan claro lo que quieren, y que trabajen fuerte por eso”. Y a sus colegas docentes, les recuerda que cada día es una oportunidad para transformar vidas. “Tal vez no lo sepamos en ese momento, pero una clase, una palabra, puede marcar la diferencia para alguien”.