Para quienes han tenido la fortuna de estar en su aula, la Mtra. Luz María Marín Aboytes no es solo una profesora: es una presencia que inspira, acompaña y deja huella. Conocida con cariño por sus estudiantes como maestra Luz o miss Luz, ha logrado en pocos años construir un lazo genuino con quienes han compartido el espacio del aprendizaje con ella. Su voz pausada, sus palabras sencillas y su compromiso con formar mejores personas más allá de profesionistas, le han valido el cariño de la comunidad universitaria. Este año, su labor en la Facultad de Contaduría y Administración fue reconocida con el Premio Xahni 2025, una distinción que otorga la Universidad Autónoma de Querétaro a docentes que transforman, con su ejemplo, la vida universitaria.
Aunque su camino en la docencia comenzó hace cuatro años, su historia está marcada por el deseo de generar un impacto real. Inició su trayectoria en un momento especialmente complejo: la pandemia. Como muchos docentes de su generación, tuvo que enfrentar el reto de enseñar en un entorno casi completamente virtual, sin certezas, sin la posibilidad de mirar directamente a los ojos de sus alumnos, sin saber con claridad si lo que compartía estaba siendo realmente escuchado.
El regreso a las aulas, cuando por fin llegó, le permitió descubrir algo que hoy considera esencial en su forma de enseñar: la cercanía humana. Más allá de los contenidos, lo que empezó a disfrutar profundamente fue la posibilidad de estar presente, de compartir ideas cara a cara, de construir con los alumnos un ambiente de diálogo y crecimiento mutuo. Esa cercanía, que la tecnología había limitado, se convirtió desde entonces en uno de los pilares de su labor docente. La interacción directa, el intercambio espontáneo, la energía viva del aula, reafirmaron su vocación y le dieron un sentido más claro a su labor.
Esa vocación no surgió por casualidad. Antes de llegar a las aulas universitarias, trabajaba en UNICEF, colaborando con equipos conformados en su mayoría por jóvenes. Algunos eran universitarios, otros recién egresados de la preparatoria. Fue ahí, al acompañarlos y observar su forma de involucrarse con distintas causas, donde se sembró en ella una inquietud profunda: había mucho por hacer desde la docencia. Lo que en ese entonces fue apenas una intuición, se transformó rápidamente en una convicción. Enseñar no era solo un trabajo, era una oportunidad para dejar algo significativo en los demás. Desde entonces, ha sostenido esa idea con firmeza, con alegría y entrega.
A lo largo de estos años, ha descubierto que cada grupo y cada generación representa un nuevo reto. No es lo mismo enseñar a estudiantes de primer semestre que a quienes están por egresar. Cada etapa tiene su complejidad y su riqueza. Lo importante, dice, es entender que como docentes también estamos aprendiendo constantemente. No se trata de imponer, sino de acompañar. De estar abiertos a escuchar y a adaptarse. De comprender que el aula no es un monólogo, sino un espacio de construcción colectiva.
En ese camino, la maestra Luz ha encontrado también inspiración en su propia familia. Sus padres y su hermano (quien también es docente) le han transmitido valores que ahora ella busca compartir con sus alumnos: la responsabilidad, la empatía y el compromiso con los demás. Y sobre todo, la convicción de que educar no es solo transmitir conocimientos, sino formar personas conscientes, capaces de dejar una huella positiva en el mundo.
Al reflexionar sobre los retos que enfrenta actualmente la docencia, habla con honestidad sobre el papel de la tecnología. Reconoce sus beneficios, pero también sus riesgos. Para ella, una de las mayores dificultades está en discernir qué herramientas realmente enriquecen el proceso de enseñanza y cuáles lo distraen. “El mayor reto es separar qué es lo que sí nos sirve de la tecnología y qué es lo que nos está distrayendo”, señala. Las notificaciones constantes y la ansiedad por estar siempre conectados, son barreras invisibles que muchas veces dificultan la concentración y la profundidad en el aprendizaje. Por eso insiste en la importancia de estar realmente presentes.
Lo que la llena de sentido su labor docente es saber que algo de lo que enseña puede acompañar a sus estudiantes en el futuro. A veces, dice, lo más valioso no son los conceptos técnicos que se aprenden, sino la forma en que se enfrentan los desafíos, el sentido de la responsabilidad, la ética en el trabajo, la capacidad de colaborar con otros.
Cuando le fue otorgado el Premio Xahni, experimentó una mezcla de emoción y orgullo. Para ella, fue una confirmación de que los pequeños esfuerzos cotidianos, esos que a veces parecen invisibles, tienen sentido. “Se siente que ciertos esfuerzos son recompensados desde esta parte que te reconforta y te anima a seguir echándole ganas”, comparte. El reconocimiento, más que un logro individual, lo entiende como una oportunidad para seguir creciendo.
Además del conocimiento, procura dejar en sus alumnos valores que les sirvan más allá de la universidad: la conciencia ambiental, el trabajo en equipo y el respeto por los demás. Todo eso forma parte de la huella que espera dejar. Cada clase es, para ella, una posibilidad de construir algo que vaya más allá del aula y que transforme, aunque sea un poco, el mundo que habitamos.
A quienes están comenzando su camino como estudiantes o como docentes, les deja un mensaje claro: paciencia y responsabilidad. “Estamos aquí para disfrutarlo realmente, y si no, cuestionarnos por qué no lo estamos disfrutando”, dice. Enseñar y aprender son procesos que toman tiempo, que requieren constancia y sensibilidad, no se trata de correr, sino de caminar con conciencia, de estar atentos a lo que vamos dejando en cada paso.
La maestra Luz finaliza con una frase que resume su filosofía de vida y su manera de entender la enseñanza: “Es un regalo, tanto para alumnos como para maestros. Es una oportunidad de aprovechar este semillero e ir dejando una huella”.