Por M.C.E. René Rico Sánchez, Docente de la Facultad de Enfermería.

A lo largo de la historia han cambiado las causas por las que enfermamos y morimos. En el pasado predominaban las enfermedades infecciosas, que causaban epidemias y altos índices de mortalidad. Con el paso del tiempo y gracias a las vacunas, la higiene, la mejora en la alimentación y el acceso a servicios básicos, estas enfermedades disminuyeron. Hoy, en la mayoría de los países, lo que más afecta son las enfermedades crónicas no transmisibles (ECNT) como la diabetes, la hipertensión, los infartos o algunos tipos de cáncer. Este fenómeno recibe el nombre de transición epidemiológica.

Dado este fenómeno, existen medicamentos, tecnologías y tratamientos más efectivos que permiten controlar estas enfermedades, retrasar sus complicaciones y dar a las personas una mejor calidad de vida. Sin embargo, surge una pregunta inevitable:

si los tratamientos existen y son buenos, ¿por qué tantas personas no logran mejorar o mantener su enfermedad bajo control?

Las respuestas son múltiples. No siempre se trata de que el medicamento “no funcione”. Hay factores personales y sociales que influyen, como la dificultad para llegar a los servicios de salud, los altos costos de algunos tratamientos, la complejidad de las indicaciones médicas, la duración indefinida de la terapia, el temor a los efectos secundarios o la falta de información clara sobre la enfermedad y su tratamiento. También influyen el apoyo familiar y comunitario, los horarios laborales, la distancia a las clínicas y, en algunos casos, la decisión individual de no seguir lo recomendado.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) agrupa todas estas situaciones bajo el concepto de adherencia terapéutica, que se entiende como el comportamiento de la persona que sigue, de manera consciente y responsable, las recomendaciones dadas por los profesionales de la salud. Esto no solo implica tomar medicamentos, sino también acudir a las citas, seguir dietas específicas, realizar actividad física y evitar hábitos dañinos.

Hablar de adherencia es ir más allá de la simple toma de una pastilla. Significa reconocer que cada persona vive una realidad distinta. Para algunos, la barrera principal es el dinero; para otros, la distancia al hospital o la falta de transporte; para muchos, la desmotivación, la depresión o el cansancio que generan tratamientos largos y demandantes. Por eso, la adherencia depende tanto del compromiso de la persona como del apoyo del sistema de salud, la familia y la comunidad.

Mejorar la adherencia requiere estrategias integrales que agrupen información clara y sencilla para que las personas comprendan su enfermedad, esquemas de tratamiento más fáciles de seguir, programas de apoyo psicológico y social, recordatorios digitales o comunitarios, consultas accesibles y acompañamiento cercano de profesionales de la salud.