El servicio social es uno de los pilares de la formación integral en la Universidad Autónoma de Querétaro, pues ofrece a las y los estudiantes la oportunidad de trasladar sus conocimientos fuera de las aulas, vincularse con las comunidades y aportar a la transformación social. Más allá de un requisito académico, se convierte en una experiencia de vida que fortalece tanto la formación profesional como la sensibilidad humana.
Un ejemplo de ello es el proyecto “Alianza con la Asociación de Productores de Maguey y Pulque”, desarrollado en la comunidad de El Lobo, municipio de El Marqués, Querétaro, donde un equipo interdisciplinario de estudiantes y docentes trabajó durante tres semanas con el propósito de rescatar, documentar y difundir la importancia cultural del pulque, una bebida prehispánica que ha marcado la identidad de la región.
El pulque no es solo una bebida: es un símbolo de la historia, la cosmovisión y las prácticas productivas de los pueblos originarios. Considerada sagrada en la época prehispánica, fue elemento central en rituales religiosos, medicina tradicional y vida comunitaria. Con el paso del tiempo, la industrialización de otras bebidas y el estigma social fueron relegando al pulque, lo que provocó que hoy día se encuentre en riesgo de perderse como práctica cultural.
La brigada que trabajó en El Lobo estuvo integrada por la Mtra. Ana Lilia Reséndiz Trejo, profesora de Historia en la Facultad de Contaduría y Administración; el Mtro. Marco Antonio Ochoa Aguilar, coordinador de la Licenciatura en Negocios Turísticos; así como los estudiantes Rebeca Landaverde Becerra, Yazmín Gómez Peñalva, Estefanía Morales López y Alejandro Báez Monroy (Negocios Turísticos); Karla Sofía Acosta Hernández y Nancy Elizabeth Ponce Mata(Antropología); Andrea Paola Ramíez Guzmán (Estudios Literarios) y Uriel Franco Bautista (Relaciones Internacionales).
El equipo se conformó a partir de la convocatoria emitida por la Dirección de Vinculación de la UAQ, que presenta a la comunidad universitaria diversas alternativas de proyectos comunitarios. Tras conocer la propuesta de la Asociación de Productores de Maguey y Pulque, los estudiantes se sintieron motivados a participar, atraídas tanto por el componente cultural como por la posibilidad de generar un impacto directo en una comunidad rural.
“Lo que me motivó fue poder ayudar en una comunidad. Me llamó mucho la atención la presentación de la asociación de productores del pulque y el maguey. Desde ese momento supe que quería formar parte de este proyecto”, recuerda Yazmín.
El proyecto se diseñó con un propósito central: promover y dar seguimiento al desarrollo turístico vinculado con el maguey y el pulque en El Lobo, al mismo tiempo que se documentaban los saberes históricos y las problemáticas actuales de la comunidad.
Entre las actividades realizadas destacan:
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Recopilación histórica de la comunidad y de la tradición pulquera.
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Levantamiento de inventarios turísticos locales.
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Entrevistas a productores y habitantes mayores de edad.
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Encuestas sobre consumo de pulque y percepción cultural.
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Observación directa del proceso de producción artesanal en los magueyales.
Estas labores no solo aportaron información relevante para la Asociación de Productores, sino que también permitieron a las y los estudiantes experimentar de primera mano el trabajo de campo y el contacto con realidades distintas a las urbanas.
Como todo trabajo comunitario, el proyecto enfrentó desafíos. Uno de los más notorios fue el desinterés de parte de la población hacia el consumo de pulque, sobre todo en las nuevas generaciones, lo que refleja un cambio en las dinámicas culturales y en las preferencias de consumo.
Rebeca comparte: “Vimos que la comunidad ya no está tan interesada en el consumo del pulque, incluso muchos desconocen su proceso de producción. Eso nos hizo reflexionar sobre la necesidad de generar conciencia para que esta tradición no se pierda”.
A pesar de estos obstáculos, la comunidad mostró una gran disposición para colaborar. “Desde que llegamos nos recibieron muy bien, estaban dispuestos a brindarnos su tiempo y compartir lo que sabían”, comenta Yazmín.
La experiencia fue profundamente significativa para los participantes, quienes coincidieron en que el servicio social les permitió confrontar la teoría con la realidad.
Karla lo expresa desde su formación como antropóloga: “Nunca había estado en El Lobo, así que me resultó muy interesante observar sus dinámicas sociales. A pesar de ser una comunidad relativamente cercana a la ciudad, conserva prácticas rurales que enriquecen mucho el estudio. Trabajar con personas para quienes el pulque es un sustento nos vuelve más empáticos y conscientes”.
Rebeca añade: “Es una experiencia muy enriquecedora. Te permite crecer profesionalmente y, sobre todo, entender que nuestro papel como universitarios es también dar visibilidad a las problemáticas que enfrentan las comunidades”.
Para los docentes acompañantes, el servicio social es también un espacio de aprendizaje. La Mtra. Reséndiz Trejo enfatiza que estas experiencias ayudan a los estudiantes a conectar lo aprendido en el aula con un contexto real: “En clase a veces se idealizan las cosas, pero en la comunidad se enfrentan con la realidad, con sus retos y limitaciones, y eso es sumamente valioso para su formación”.
El Mtro. Ochoa Aguilar subraya que el trabajo comunitario no solo beneficia a los alumnos, sino que también representa una oportunidad de actualización para los profesores: “Muchas veces nos volvemos muy teóricos y dejamos de observar lo que ocurre en la actualidad. Este tipo de proyectos nos ayuda a mantenernos vigentes y a generar nuevas líneas de investigación con impacto social”.
Además, destacó la importancia de transmitir a los estudiantes que, detrás de cada proyecto comunitario, hay sueños, esfuerzos y esperanzas de las personas involucradas: “No se trata solo de desarrollar un producto, sino de entender que hay vidas que dependen de ello. Manejar mal un proyecto puede arruinar la vida de alguien, por eso es fundamental trabajar con responsabilidad y empatía”.
Al finalizar las tres semanas de trabajo, tanto docentes como estudiantes coincidieron en que el proyecto dejó una huella imborrable. La comunidad de El Lobo se convirtió en un aula viva, donde el aprendizaje fue recíproco: mientras los universitarios aportaban conocimientos y apoyo, recibían a cambio hospitalidad, confianza y lecciones de vida.