El servicio social universitario representa una oportunidad única para aplicar el conocimiento académico al servicio de la sociedad, pero también para vivir experiencias transformadoras que fortalecen la sensibilidad y el compromiso social. Así lo demostraron los estudiantes que participaron en el proyecto “Manejo agroecológico de recursos”, llevado a cabo en Horno de Cal y la cabecera municipal de Tolimán, bajo la coordinación del Dr. Cristian Josué Mendoza Meneses, de la Facultad de Filosofía.
El equipo estuvo conformado por Carlos Andrés Vázquez García, de Medicina Veterinaria y Zootecnia; Diana Carolina Romero Ramírez y Juan Manuel Villagómez Zúñiga, de Biología; Gervasio Vázquez Martínez, de Producción Agropecuaria Sustentable; y las estudiantes de Gastronomía Jovana Estefanía Piñon Castañeda, María Isabel Torres Herrera y Tania Etzulyn García Saldaña. El objetivo principal del proyecto fue fomentar actividades agroecológicas dentro de la comunidad para aprovechar de manera sustentable los recursos naturales de la zona, mediante el uso de ecotecnias, bioinsumos y procesamiento de alimentos que también representaran una fuente de ingreso para las familias.

Aunque provenían de distintas licenciaturas, las y los estudiantes coincidieron en un mismo propósito: aprender haciendo y compartir sus conocimientos con la comunidad. Para Tania, el proyecto fue una sorpresa agradable. “No tenía ni idea de que podía liberar mi servicio social de esta manera. Todo surgió como una invitación de la chef Karen, y desde que lo supe me interesó porque me gusta mucho ayudar y compartir lo que he aprendido”, contó.
Durante su estancia, el grupo impartió talleres para niñas y niños sobre ecotecnias y cuidado del entorno, además de capacitaciones culinarias para mujeres de la comunidad. “Las actividades iban desde el cuidado del agua y los recursos que tienen a su alrededor hasta reconocer la riqueza de su propio entorno”, explicó María Isabel. “Muchas veces los niños no saben lo que tienen, así que parte de nuestro trabajo fue recordarles el valor de sus recursos y enseñarles a aprovecharlos sin dañarlos”.
En los primeros días, solo asistieron dos niños a las actividades, pero poco a poco la confianza y la curiosidad fueron creciendo hasta alcanzar un grupo de catorce participantes. Paralelamente, las mujeres de la comunidad asistieron a talleres de cocina tradicional y preparación de alimentos, en los que aprendieron recetas con ingredientes locales, como crema de nopal, mermeladas y salsa bolognesa, además de compartir sus propios saberes culinarios. “Fue muy bonito porque había un intercambio real; ellas también nos enseñaban”, recordó Jovana.
La convivencia con la comunidad de Horno de Cal se convirtió en el eje más valioso del aprendizaje. Gervasio destacó la calidez con la que fueron recibidos: “Desde el primer día, las mamás y abuelitas nos acogieron con mucho cariño. Nos hacían sentir parte de la comunidad”. Juan Manuel, por su parte, subrayó el valor del trabajo en equipo: “Llegué sin conocer a nadie, y al principio me intimidaba la idea de convivir con seis personas desconocidas, pero terminamos siendo un grupo unido. A pesar de los desafíos, logramos sacar adelante el proyecto y fue un éxito”.
Además del trabajo práctico, las y los universitarios reflexionaron sobre las realidades sociales y educativas de la región. “Las personas valoraban mucho que estuviéramos ahí”, comentó Isabel. “Nos decían que era un honor tenernos porque muchos no tienen la oportunidad de estudiar una carrera. Eso me hizo pensar en lo importante que es aprovechar las oportunidades que tenemos”.
En el plano humano, la experiencia dejó huella. “Aprendí más de lo que fui a enseñar”, confesó Gervasio. “Nos ayuda a tener más tacto con las personas y a entender que todos enfrentamos dificultades, pero también hay mucha gente dispuesta a ayudarnos”.

Para Tania, el servicio social en comunidad no solo fue una forma de cumplir con un requisito universitario, sino una experiencia transformadora. “Es una vivencia muy bonita. Aunque uno va a impartir conocimientos, también va a aprender. Hay mucha calidez humana, mucho intercambio y aprendizaje mutuo”, aseguró.
Finalmente, Jovana resumió el sentir del grupo: “Nos llevamos vínculos muy bonitos con la comunidad. Las personas fueron muy abiertas y siempre mostraron interés por aprender. Creo que todos regresamos diferentes”.
El proyecto “Manejo agroecológico de recursos” no solo permitió a las y los estudiantes poner en práctica sus conocimientos, sino que también los acercó a una realidad que pocas veces se vive desde el aula: la de la colaboración, la empatía y la construcción colectiva del conocimiento. En cada taller, en cada diálogo y en cada gesto de la comunidad, encontraron una lección que trasciende lo académico: el valor de aprender sirviendo.