Cada año, el 2 de octubre resuena con fuerza en las calles, aulas y corazones de los mexicanos, especialmente entre los jóvenes universitarios. Es una fecha que va más allá de un simple recordatorio histórico; es un símbolo de resistencia, lucha por la justicia y la voz del pueblo que no se calla. ¿Pero qué fue lo que ocurrió aquel día de 1968, y por qué sigue siendo tan relevante para nuestra generación?
En 1968, México estaba en plena transformación. La Ciudad de México se preparaba para recibir los Juegos Olímpicos, mientras que en todo el mundo resonaban movimientos estudiantiles que exigían cambios sociales y políticos. Los jóvenes mexicanos no eran la excepción. En la capital, miles de estudiantes comenzaron a organizarse, impulsados por el descontento hacia el autoritarismo del gobierno, la represión y la falta de libertades democráticas. Se pedían derechos básicos: libertad de expresión, respeto a la autonomía universitaria y el cese de la violencia estatal.
El 2 de octubre de 1968, en la Plaza de las Tres Culturas, miles de estudiantes y ciudadanos se reunieron pacíficamente para protestar. Lo que comenzó como una manifestación pacífica terminó en una masacre. Las fuerzas armadas abrieron fuego contra la multitud, dejando un número indeterminado de muertos, heridos y desaparecidos. Aunque el gobierno de la época intentó ocultar lo sucedido, el grito de justicia no se apagó.
El 2 de octubre no se olvida porque representa una lucha que aún sigue viva: la búsqueda de justicia, la exigencia de derechos humanos y la defensa de las libertades. Para los universitarios, es un recordatorio de que el poder de la juventud puede cambiar al país, que la voz colectiva tiene fuerza y que el silencio nunca es una opción frente a la injusticia.
Hoy, más de cinco décadas después, el país sigue enfrentando retos en materia de derechos humanos y justicia. ¿Qué podemos aprender de los estudiantes de 1968? Que ser joven implica cuestionar el status quo, exigir un mejor futuro y no conformarse con la represión o la indiferencia.
El 2 de octubre no es sólo una fecha para recordar, es una inspiración para actuar. En nuestras universidades y comunidades, tenemos el poder de alzar la voz, de organizarnos y de exigir que nuestras demandas sean escuchadas. La historia de Tlatelolco nos enseña que, aunque el costo de la lucha pueda ser alto, la memoria y la verdad son poderosas armas contra la opresión.
Porque el 2 de octubre no se olvida… ni se olvida la fuerza que tenemos como jóvenes para seguir exigiendo justicia y un mejor futuro.